TUVE HAMBRE

MANUEL PÉREZ TENDERO

¿Cuándo fue la última vez que he visitado a un enfermo? ¿He estado alguna vez de visita en la cárcel? Es posible que me encuentre a menudo con personas necesitadas: ¿suelo colaborar para que no pasen hambre los que tengo cerca y también aquellos que viven lejos? La parábola de las ovejas y las cabras, que leeremos en la liturgia de Jesucristo, Rey del universo, nos invita a revisar la vida desde nuestra actitud con los necesitados.

La imagen del pastor es, probablemente, una de las más bellas metáforas bíblicas para expresar la relación de Dios con el hombre. Es utilizada por los profetas y los Salmos, también por los libros históricos y los sapienciales. Tal vez, el texto más claro sea el Salmo 23/22, donde esa metáfora se convierte en oración íntima y confiada entre el salmista y Dios. También Jesús utilizó esta imagen a menudo, así como el resto de los escritores del Nuevo Testamento.

La cultura rural de gran parte de los escritores bíblicos tiene mucho que ver con el uso de esta imagen; también, el hecho de que los antiguos patriarcas fueron, de hecho, pastores seminómadas que buscaban pozos y pastos para sus ganados. Moisés también fue pastor, el mismo rey David fue sacado de detrás del rebaño para convertirse en pastor del pueblo de Dios. Si la pesca es el oficio de la mayoría de los llamados del Nuevo Testamento, el pastoreo es el oficio que sirve de trasfondo fundamental para las vocaciones del Antiguo Testamento.

La metáfora del pastor nos trae, sobre todo, resonancias positivas: alguien se ocupa de nosotros, nos cuida, nos acompaña en el camino y nos conoce. Positiva es también su presencia cuando el camino se hace difícil y la ruta es peligrosa: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo». La presencia del pastor no evita las dificultades del camino, los límites y peligros de la vida, pero nos ayuda a vivirlos con confianza.

En algunos textos, sobre todo en los profetas, la imagen del pastor tiene otro matiz, ya no tan positivo: sirve para criticar a los pastores humanos del pueblo, a sus dirigentes, que no han realizado bien su misión. También Jesús utilizó este matiz en su discurso del Buen Pastor, hablando de los asalariados, a quienes no les importa el rebaño y huyen cuando llega el lobo y acechan los peligros.

La imagen de Dios pastor nos ayuda a comprender la misión de los que pastorean al pueblo en su nombre: no es fácil su tarea y, a menudo, no la cumplen de manera adecuada.

Pero el texto del pastor que separa las ovejas de las cabras, que leeremos en este domingo, aporta otro tercer matiz importante a la imagen bíblica del pastor. De nuevo, aparece la exigencia, pero ya no hacia los pastores, hacia los dirigentes del pueblo, sino hacia las mismas ovejas. Al final de los tiempos, el pastor separa a las ovejas de las cabras. También aparece la separación final en otras parábolas de Jesús: el trigo de la cizaña, los peces buenos de los peces malos.

En el comienzo del tiempo, Dios comenzó a separar para crear el cosmos: la luz de la tiniebla, las aguas de arriba de las aguas de abajo, la tierra seca de los mares, los animales según sus especies, también el hombre aparece en la dualidad de varón y mujer. Se trata de una separación natural que hace posible la vida.

Más adelante, en la historia de la humanidad, también Dios ha introducido la separación: ha elegido a un pueblo y lo ha constituido nación sacerdotal al servicio de los demás pueblos. Se trata de una «separación misionera», vocacional, ministerial.

Por fin, cuando la historia llegue a su plenitud, también habrá una separación; ahora, se trata de una separación moral, que no es natural, sino fruto de nuestra libertad. Dios no es pastor de animales, sino de un pueblo de personas libres y responsables. La bondad y la elección tienen una contrapartida: la responsabilidad. El amor recibido por nosotros, pequeño rebaño, se convierte en amor compartido hacia todos, comenzando por los más pequeños.

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