El pasado viernes celebrábamos la memoria de un santo dominico, medieval: santo Tomás de Aquino. Probablemente, uno de los mejores pensadores de la cultura occidental y uno de los mejores teólogos de la historia de la Iglesia.
Es el patrono de los estudiantes de Teología. Para celebrarlo, son muchas las facultades que organizan en su día alguna conferencia o coloquio. La mejor forma de honrar a un filósofo es pensar y dialogar, la mejor forma de honrar a un teólogo santo es interrogarse sobre la fe para intentar vivir en santidad.
También en Ciudad Real tuvimos una jornada de reflexión para honrar a nuestro santo. Con la presencia de un teólogo italiano, pudimos escuchar, debatir, pensar, abrir horizontes.
Una de las ideas que salió, de pasada, me pareció muy interesante: la evolución de los pensadores en la cultura occidental. Algunos autores piensan que se ha realizado un cambio significativo: en la antigüedad y en la edad media estaba el filósofo, que se atrevía a pensar el ser y el conjunto de lo real. Con la Ilustración, empezó a surgir la figura del intelectual: el horizonte de la filosofía se acortó y las cuestiones prácticas pasaron a ser el objeto fundamental del pensamiento. Por fin, en la actualidad, habríamos pasado al activista: lo que importa no es pensar, sino hacer, organizar, reivindicar.
El tipo de sociedad que produce estos tres tipos de personas es bien diferente. También se da el camino inverso: estos tres modelos contribuyen a configurar una sociedad muy diferente.
Dicen que la gente cada vez lee menos y, por tanto, piensa menos; si esto es cierto, la gente sería cada vez más manipulable. Es posible que hayamos dado un paso también de la reflexión a la opinión. Opinamos de todo, aunque no hayamos dedicado un tiempo a pensar en nada. Del libro hemos pasado al panfleto y al mensaje viral.
Recordando a santo Tomás, filósofo y teólogo, hemos de pensar que esta evolución tiene sus repercusiones en el ámbito de la teología y de la Iglesia. El tiempo dedicado al estudio y a la oración no parece que vayan en aumento entre los creyentes y sus ministros: ¡no tenemos tiempo!
Los mismos procesos de formación y catequesis que organizamos están marcados, creo yo, por la superficialidad y el entretenimiento. Es más, las oraciones que organizamos para jóvenes –que son las que más gustan a los adultos– también están pensadas para llegar a la superficie del sentimiento y tocar el instante afectivo.
En el mundo de la superficialidad se multiplican los fundamentalismos y los sincretismos. A unos les dará por hacer panfletos religiosos de temas que están de moda; a otros, por arreglar los ribetes del manto que se debe colocar no sé en qué lugar del templo.
Cuando falta la teología, cuando no hay tiempo para leer, pensar y dialogar, cuando llevamos una vida frenética, aunque sea religiosa, la oración se vacía de contenido y la pastoral se convierte en una carga sin ningún tipo de frutos.
La Iglesia, desde siempre, no solo ha aportado lo mejor de sí misma al arte en forma de belleza y a la sociedad en forma de caridad: ha aportado también su reflexión, la hondura del mensaje del Reino, que ha enriquecido el pensamiento humano y se ha dejado interrogar por la razón.
Una forma privilegiada de servicio a la sociedad y de misión cristiana es sembrar interrogantes, apuntar a lo profundo, dialogar y dejarse interrogar. El pensamiento no solo enriquece a quien se atreve a frecuentarlo: es también bendición para los de alrededor y marca con su hondura el resto de nuestras actividades.
¿Cómo querría santo Tomás que lo celebráramos? Estoy convencido que nos invitaría a leer, a pensar, a dialogar, a vivir la Palabra.