La vida es una cuestión de cercanías, de presencias, de caminos que se cruzan. La amistad y el amor tienen que ver con la distancia física y con el tiempo: no solemos buscar la cercanía de los que no amamos y no solemos estar mucho tiempo con ellos. Somos cuerpo, y el amor, de una forma o de otra, tiene que ver con el cuerpo, con sus limitaciones y horizontes.
Manifestamos ese amor desde la cercanía de forma activa o pasiva: buscamos acercarnos a otros y dejamos que ellos se acerquen a nosotros. Abrir puertas es un signo claro y una posibilidad para el amor.
Normalmente, se insiste en la cercanía que Jesús de Nazaret tenía hacia los pobres y necesitados, y es verdad; pero se suele insistir menos en otras cercanías que también frecuentaba: los pecadores. Entre ellos, es típico el caso de los publicanos.
Se trata de los recaudadores de impuestos, con mala fama entre el pueblo. Este grupo, a menudo, se enriquecía a costa del dinero de la gente sencilla. Conocemos a uno de ellos que era muy rico: Zaqueo. También conocemos a otro que llegó a ser discípulo de Jesús: Mateo. Algunos han identificado a los dos personajes.
En el caso de Zaqueo, fue Jesús el que se acercó a él y sugirió hospedarse en su casa. En otros casos, son más bien los pecadores los que se acercan a Jesús. Es más, se acercan incluso en las casas de personajes no pecadores. El caso más hermoso es el de Simón y la pecadora: Jesús se acercó a casa de Simón, invitado por el amigo fariseo; pero una pecadora se atrevió a irrumpir en la casa de Simón para acercase a Jesús y tocarle los pies.
Suele definir bastante a una persona el círculo de quienes le rodean. Sin decirlo en muchas ocasiones, pero nos mostramos abiertos a un tipo de personas y solemos estar cerrados a otras. Es muy cierto aquel refrán que dice: «Dime con quién andas y te diré quién eres».
¿Quién es Jesús de Nazaret? Se supone que es un profeta poderoso en obras y palabras, un maestro de vida moral, un justo, cumplidor de la ley. Esto es cierto: ¿cómo, entonces, se rodea de gente que representa todo lo contrario? Parece haber una contradicción en su persona y su misión. Es lo que pensaban, con buena intención seguramente, los fariseos y las personas cercanas a Jesús.
¿Será que no es tan justo como parece? ¿Será que, además de ser maestro fiel, también es humano y necesita frecuentar el pecado y sus ambientes? No: es el enviado de la misericordia para que los pecadores tengan un futuro.
No es suficiente predicar la conversión, no es suficiente explicar bien los mandamientos y los caminos para conseguir la felicidad: el ser humano, al menos la mayoría de los seres humanos, somos incapaces de comprender y vivir esos caminos sin ayuda. Por eso, además de predicar, Jesús camina con aquellos que le escuchan, además de su mensaje, les da su presencia amiga, su palabra cariñosa y su comunión a la mesa.
Desde la preciosa parábola del hijo pródigo y las cercanías que frecuentaba Jesús, creo que no solamente estamos llamados a aplicarnos su estilo: ¿seré yo también misericordioso, de qué compañías me rodeo? Junto a esta aplicación, que es importante, hay otra llamada en las parábolas y en la vida del Maestro: puedo acercarme a él, yo soy también publicano, hijo menor que se alejó del hogar.
En Jesús, Dios tiene siempre abiertas las puertas para que volvamos. Él no ha venido a juzgar el mundo, sino a que el mundo se salve. Creo que son muchos los que no se acercan a Jesús porque se creen indignos, porque la lejanía ha durado demasiado y no parece tener ya solución; creen haber olvidado las sendas que conducen a la casa paterna.
Debemos seguir contando la parábola del hijo pródigo: debe ser oída para que descubramos las puertas abiertas de Jesús para nosotros. Debemos fomentar la osadía del pecador, el atrevimiento de quien se acerca a Jesús: a él le gusta que se le acerquen los pecadores, que se sienten a su mesa y conversen con él.
Gracias por la reflexión, es fácil identificarse con los personajes de la parábola, pero su reflexión nos recuerda quiénes somos
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