¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

Saber lo que hacer en cada circunstancia: he ahí una de las preguntas más difíciles de la vida. Nos sucede en el ámbito personal, social y eclesial. Sabemos, por ejemplo, que debemos evangelizar a nuestra sociedad y fomentar vocaciones; pero, ¿cómo hemos de hacerlo? ¿Cuál es la fórmula adecuada para responder a los retos de la Iglesia y de la vida?

Sabemos, también, que tenemos que construir la comunión y extender la reconciliación; pero, a menudo, no sabemos cómo hacerlo con ciertas personas, nos sentimos impotentes.

Era esta una de las tres grandes preguntas que se hacía Emmanuel Kant como fundamentos de la filosofía: «¿Qué tengo que hacer?».

Esta pregunta recorre también los antiguos escritos bíblicos. En el último libro de Moisés, el Deuteronomio, que es su testamento espiritual, se nos dice que la clave de la religión es cumplir lo que ya sabemos. El mandato está en nuestros labios: lo recita el piadoso judío todos los días; también está en nuestro corazón: por la fe, hemos creído en la revelación de Dios. Falta una sola cosa: llevarlo a la práctica, cumplir algo que está tan cerca de nosotros.

Nuestro refranero nos recuerda que «del dicho al hecho hay mucho trecho»: en ese trecho consiste la santidad.

Al finalizar su precioso y largo Discurso del monte, Jesús pone el ejemplo de dos modos de vida, uno sabio y otro necio, uno con futuro, con cimiento, y otro solo para el presente, como la casa construida sobre arena. Construir sobre roca, ser sabios, consiste en no limitarse a escuchar las palabras del Maestro: hacerlas vida es la clave para acertar.

En sus múltiples diálogos con los grupos religiosos de su tiempo, Jesús se encontró en cierta ocasión con un escriba; hablaron sobre la jerarquía de los mandamientos y estuvieron de acuerdo en los dos primeros y principales: amar a Dios y amar al prójimo; este amor es más importante que los ritos y sacrificios.

En la versión que san Lucas nos da de este episodio, el escriba se atreve a ir más allá y le hace a Jesús una pregunta nueva: «¿Quién es mi prójimo?». En el fondo, se trata de una dificultad a la hora de cumplir ese precioso mandamiento que ya señalaba el libro del Levítico. ¿Cómo se lleva a la práctica el mandamiento del amor al prójimo? ¿Cuándo y a quién he de amar para cumplir lo que Dios me pide?

Jesús responde con una de las más bellas parábolas del evangelio: el buen samaritano. Jesús cuenta una historia, pero deja que sea el escriba quien responda con la moraleja. La parábola, ya en la tradición rabínica, no es otro nuevo mandamiento, no es una teoría nueva, sino el medio que nos ayuda a poder cumplir los mandamientos recibidos. La parábola es un «rodeo» que nos ayuda a superar ese «trecho» del que hablábamos antes.

Este es uno de los misterios de las parábolas: estamos llamados a inventar historias para ayudar a los demás a acceder a la realidad, a hacer posible una vida de obras, de cumplimiento de aquello que sabemos que debemos hacer.

Al final del diálogo, en la conclusión de la parábola, llama la atención la forma de la pregunta. Parecería que el prójimo es el hombre herido y el samaritano, aquel que muestra la forma de cumplir el mandamiento; pero Jesús cambia la pregunta: «¿Quién se portó como prójimo ante el hombre malherido?».  Ha habido un desplazamiento: el mandamiento del amor nos impulsa, no a esperar encontrarnos con prójimos en la vida, sino a hacernos prójimos de los demás, sobre todo de los que sufren. «Amar al prójimo» implica «aproximarse»: así se cumple el mandamiento de Dios.

Es lo que ha hecho el mismo Jesús al poner su tienda entre nosotros: Dios se nos ha aproximado, se ha hecho prójimo a nuestra condición limitada para sanarnos. Todo el mensaje de Jesús, en el fondo, es una explicación de su propia vida; y es, también, una invitación para que sus discípulos imitemos su forma de actuar y de vivir.

Manuel Pérez Tendero

2 respuestas a “¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

  1. Rosa Porras Canarena 10 de julio de 2022 / 12:48 pm

    La misericordia y amor al prójimo no es tan difucil como el amor , a ese que también es progimo, y te procura , a sabiendas, dolor y daño cada día. Amarlo es trascender en tu humanidad y ni siquiera lo aclara Kant en su » Crítica a la Razón». Un predicado moral difícil de saltar.
    Aún así, creo que » La Mano de Dios» está cerca al conseguir no ya, por no poder amar al prójimo, sino por no odiarlo, lo cual es un milagro

    La Redención tan cerca…..y tal lejos!!
    Porque tanto trecho Señor??

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  2. Denia Serrano Valverde 17 de julio de 2022 / 6:14 am

    Padre, ¡qué maravilla! Cómo me ha gustado: ME LLEGÓ BIEN DENTRO DEL ALMA.
    Tengo que leerlo con más calma.

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