En una de las puertas románicas de la basílica de san Sernin de Toulouse, en Francia, está representada la escena evangélica del rico y el pobre Lázaro. No es el único caso: también está esculpida en capiteles románicos de otros lugares.

Con estas representaciones, el artista cumple una función catequética primordial: lanza un mensaje claro a los que pasan por las puertas de la iglesia. La parábola no habla del pasado, sino de ellos mismos, del presente. La Biblia, la palabra de Jesús, es palabra directa a los creyentes y a todo el mundo.

En la parábola, el rico, después de morir y sufrir las consecuencias de su vida holgada y vacía de misericordia, quiere volver para avisar a los suyos y llamarlos a la conversión. El rico no pudo volver, pero la parábola misma, y el arte cristiano, cumplen esa función: son un aviso, a los que todavía vivimos, del negro futuro que les espera a las personas como el rico Epulón.

Al estar en las puertas de la iglesia, la escena representada sirve para unir lo religioso con lo profano, la devoción con la vida moral, el futuro con el presente: entrar al templo es un símbolo de la entrada en el Reino, por ello, debemos reflexionar sobre las claves de nuestra entrada en el banquete del cielo.
Entrar a la iglesia, entonces, en incompatible con un supuesto escape de nuestra conciencia a los problemas de la vida y al grito de los necesitados; entrar a la iglesia es un reto, una llamada a la reflexión y a la conversión. Entramos a la iglesia para cambiar de vida, vamos al banquete dominical para recordar qué estamos comiendo y quién se está quedando fuera de nuestra mesa.
La parábola del pobre Lázaro se puede interpretar de forma personal, como una llamada seria a nuestra actitud: nuestras riquezas y bienestar frente a los necesitados que viven al margen; pero también se puede interpretar desde las relaciones entre los países, como al papa le gusta recordar. Los países ricos se parecen mucho a la mesa de Epulón, que se muestra indiferente al hambre y las necesidades de los países empobrecidos. A veces, no hay que esperar más allá de la muerte para ver las consecuencias de una vida holgada y egoísta: muchos pueblos se han ahogado en su propio bienestar y han desparecido de la historia para siempre. Tal vez sea el destino, no muy lejano, de nuestras sociedades hartas de bienestar y vacías de vida.
Otra posible aplicación de esta parábola estaría en el ámbito intermedio de las instituciones: puede haber empresas que han convertido el estilo de Epulón en su programa y en la estrategia a seguir; también para ellas tendrá consecuencias este estilo. La parábola no se reduce al ámbito de lo íntimo y lo religioso.
¿Conseguirá la parábola de Jesús, escrita en nuestros evangelios y leída en nuestras parroquias, convertir a los oyentes? ¿Conseguirá el arte románico llamar la atención de los que contemplan su belleza para que se atrevan a hacer vida lo que los artistas expresaron?
El arte, al menos el arte religioso verdadero, no se creó para permanecer en un museo, sino para estar en medio de la calle llamando a todos a la reflexión; el arte no es solo belleza formal, sino contenido humano, interrogante abierto y diálogo secular.
Jesús de Nazaret, a través de la palabra de sus predicadores y el arte de sus canteros, quiere seguir siendo el Maestro de nuestras vidas para despertarlas de su letargo y abrirlas a lo que está más allá de nuestra mesa y nuestra casa, más allá de lo que comemos y disfrutamos; quiere abrirnos al sufrimiento de los demás para que aprendamos a ser, no consumidores a la mesa, sino hermanos a la puerta.
El capitel de Toulouse está a las puertas del templo: a las puertas está Lázaro, esperando nuestra mirada y nuestra misericordia, ofreciéndonos, con su hambre, las puertas del Reino.
Manuel Pérez Tendero

El arte religioso va unido a las enseñanzas de muchos sacerdotes que se gastan tratando de convertir corazones endurecidos mediante su palabra. Muy triste es que haya tantos mortales que no entienden lo que ven ni lo que oyen. Pidamos mucho por las conversiones para que nadie tenga el final de Espulon.
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