
No suele ser habitual abrir la boca para ensalzar a alguien. En una aldea de Judea, hace muchos siglos, una mujer lo hizo como nadie a lo largo de la historia: como huésped y peregrina en una casa que no era la suya, María pronunció la alabanza a Dios más conocida de la historia, el Magnificat.
En algunas portadas de las iglesias de algunos monasterios, se pueden apreciar algunos músicos en actitud de tocar sus instrumentos. En algunos casos, son veinticuatro el número de los que tocan, en clara referencia a los veinticuatro ancianos del Apocalipsis, que viven alabando a Dios por siempre. En otros casos, la referencia es también a los Salmos, sobre todo al último de ellos, donde toda la creación es invitada, como una gran orquesta, a cantar para Dios y alabar al Creador.
Al entrar en la iglesia, los fieles sienten que se van a unir a esa liturgia celeste de alabanza, se unen a María y las demás criaturas para encontrar la alegría en la alabanza a Dios.
En el cántico de María podemos observar tres círculos en los que Dios actúa y que son el motivo de la alabanza de la embarazada de Nazaret.
El primer círculo es ella misma: Dios se ha fijado en su pequeñez, la ha elegido por pura gracia. La humildad es una de las claves más importantes de María; se trata de una humildad objetiva, antes que una virtud: Dios se ha fijado en la sencillez de esta mujer.
El segundo círculo, que aparece explicitado al final, es el pueblo elegido: Dios auxilia a su pueblo Israel que, como María, es Siervo de Dios. El todopoderoso cumple las promesas hechas a Abraham. La elección de María se sitúa en la tradición de la elección de Israel como pueblo de la alianza y las promesas.
Por fin, el tercer círculo se refiere a la humanidad entera, tiene un carácter social: el Señor se fija en los humildes, en los pobres, en los necesitados, y se sitúa lejos de los poderosos, los ricos y los que ostentan el poder.
María es Sierva, como Israel; María es humilde y pequeña, como los desheredados de esta tierra. La elección y la misión de María se sitúan, por tanto, en continuidad con el Dios de Israel y el Dios de los pequeños.
¿En quiénes se fija hoy el Creador? ¿Quiénes son sus siervos, qué personas son sus preferidas? Recordemos los tres círculos.
En el ámbito humano y social: ¿quiénes son hoy los que más importan para Dios? ¿Entre quiénes multiplica él sus cuidados y no deja de actuar con cariño? ¿Es algo más que poesía el cántico de María, es algo más que moral? ¿Está Dios realmente presente entre los desheredados de la actualidad, entre los que no cuentan para nadie?
En el ámbito del pueblo elegido: ¿qué promesas está cumpliendo hoy el Dios de la elección y la historia? ¿Sigue eligiendo realmente a un pueblo? ¿Es la Iglesia ese pueblo? ¿Qué significa la elección, qué implica? ¿Es la Iglesia, como María y como Israel, Sierva del Señor?
¿Abunda entre los cristianos la conciencia de elección, o se vive la religión más bien como una carga moral o un privilegio personal? ¿Se puede convertir la religión en una excusa para desatar nuestro orgullo y vivir un cristianismo no cristiano? ¿Tiene necesidad la Iglesia de una mayor humildad y conciencia de elección y de gracia? En el fondo, ¿cuánto se parece la Iglesia a María?
En el ámbito individual, ¿qué cristiano tiene conciencia personal de elección, del amor de Dios en lo pequeño y lo que no tiene brillo?¿Se está fijando Dios en mí, como en María, por mi pequeñez?
Creo que el futuro fecundo de la Iglesia pasa por el modelo y la amistad de María: como ella y con ella, nos hacemos conscientes de nuestra pequeñez y de la mirada inmerecida del Dios de toda la humanidad, que elige a quien quiere y se fija en aquellos a quienes nadie mira.
¿Seremos lo suficientemente pequeños para que se fije Dios en nosotros?
Manuel Pérez Tendero
Muchas gracias padre Manuel. Por sus artículos de cada domingo. Dios lo guarde de todo mal. Un fuerte abrazo a la distancia.
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