
Es la parábola más conocida de Jesús, la más larga y, seguramente, una de las que mejor dan a conocer la esencia de su misión. Se le han dado muchos títulos, según se conceda protagonismo mayor a uno u otro personaje: «El hijo pródigo», «El padre misericordioso», «Los dos hijos»…
Es una parábola tan rica que se pueden seguir buscando matices que nos ayudan a introducirnos en el misterio sencillo de su mensaje.
Podríamos comprenderla como la parábola de un alejamiento y un regreso; o, de forma paralela, de un descenso y una subida. El hijo menor se aleja del padre y de su hogar, hasta un país lejano en el que pasa hambre. El hijo cae en lo más bajo cuando desea comer los alimentos de los cerdos. La parábola comienza en el hogar, con la dignidad de los hijos, y finaliza también en el hogar, con la dignidad recuperada, con creces, por parte del hijo que se alejó; en el centro, la mayor bajeza: entre cerdos, entre paganos, pasando hambre.
¿Qué sucede en el momento cumbre de la parábola, cuando el hijo está en el lugar más alejado del hogar y el más bajo? Recapacita, se acuerda de quién es él y cuál es su lugar en la casa paterna. Recapacitar para tomar una decisión: volver. Esta es la palabra clave de los antiguos profetas: volver, convertirse, abandonar las sendas erradas para recuperar el buen camino.
La misericordia del padre, que es la clave de la parábola, necesita la colaboración del hijo en su capacidad de pensar, de pararse, de hacer memoria, de entrar en su interior para comprender lo que ha pasado en su vida y a dónde le ha llevado la lejanía del hogar. Hasta ahora, ocupado en vivir su vida y gastar el dinero de la herencia, el hijo no ha tenido tiempo ni necesidad de recapacitar. ¿Hará falta que caigamos en lo más bajo para que podamos atrevernos a pensar? ¿Tendrán que irnos las cosas mal para que comprendamos de dónde hemos caído?
En el corazón de esta preciosa parábola comprendemos la clave del arrepentimiento: darnos cuenta de la basura en que nos movemos y, a la vez, recordar a qué hogar pertenecemos; ser capaces de reconocer nuestra dignidad para ponernos en camino. Volver, regresar, es fruto de la humildad del hijo, fruto de su capacidad de pensar al sufrir las consecuencias de su pecado.
Al final del relato, en el tenso diálogo entre el padre y el hijo mayor, vemos otra de las claves de la parábola. La misericordia del padre quiere abrazar, no solo al hijo que ha recapacitado, sino al otro hijo, que se siente ofendido y tratado de forma injusta frente a su hermano.
En este diálogo, me atrevería a decir que la misericordia se nos revela como una cuestión de perspectiva, del lugar en el que nos situamos.
En su razonamiento de hermano, desde el punto de vista de la comparación, el hijo mayor lleva razón: el padre ha desbordado sus atenciones con el hijo que no lo merecía. Si esta es la recompensa del que ha obrado mal, ¿cuál debería ser la de aquel que siempre ha sido fiel?
Pero el padre intenta situar a su hijo mayor en su propia perspectiva, le quiere enseñar a ver las cosas desde aquel que ama; ha habido una verdadera resurrección, se ha recuperado al hijo que se daba por perdido: todos deberían estar felices; la perspectiva de la comparación y la justicia distributiva se queda pequeña ante la irrupción de la vida, de la persona, del ser querido. Este «hijo mío» es «hermano tuyo»: deberías alegrarte conmigo, lo hemos recuperado. La clave de la fiesta no está en los merecimientos del hijo que ha regresado, sino en la alegría del hogar que lo ha recuperado, del padre… y también de su hermano. La fiesta no manifiesta tanto la trayectoria del pecador, sino la alegría de quien le ama.
Es, por otro lado, la perspectiva de las dos parábolas que preceden: ¿qué pensaría una oveja del redil al ver al pastor abandonar a todas para ir a buscar a la descarriada? Pero lo que importa es el amor del pastor por cada oveja.
La misericordia consiste en aprender a mirar a cada hermano desde la perspectiva de Dios.
Manuel Pérez Tendero
Muchas gracias padre por tanta riqueza, que aporta a nuestra vida atravez de sus reflexiones que el espíritu Santo siempre lo inspire y nuestra madre María lo guie
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