
Conocer a alguien es contar su historia.
Somos tiempo compartido, relaciones que nos configuran, decisiones con sus consecuencias, presencias sobrevenidas; somos memoria exterior e interior de un pasado que nos configura. Nuestros genes son memoria viva de lo que otros vivieron antes que nosotros; nuestros cuerpos son también memoria, a veces doliente, de todo lo que hemos vivido y sufrido en nuestra propia historia. La psicología y el pensamiento, los afectos, todo el mundo interior es también memoria: memoria profunda de lo que hemos vivido, amado y sufrido.
Por eso, conocer a alguien es compartir su vida; describir a una persona es relatar su biografía.
En este tiempo de Cuaresma el pueblo cristiano recuerda su identidad más profunda para reconducir su vida desde las raíces, desde lo que somos verdaderamente. Por eso, las lecturas bíblicas que leeremos cada domingo, sobre todo las del Antiguo Testamento, son un gran relato de la historia de la salvación, desde Adán a los profetas. Los cristianos y toda la humanidad somos fruto de esta historia, llena de belleza y mezquindad.
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