UNA MONTAÑA EN EL DESIERTO

Junto al desierto, el gran símbolo de la Cuaresma es el monte. La semana pasada, la liturgia dominical nos proponía la lectura de las tentaciones de Jesús en el desierto, después de cuarenta días de ayuno; esta semana, la misma liturgia nos propone el monte de la transfiguración como clave para comprender el camino cuaresmal.

 De hecho, en los cuarenta años que Israel tuvo que peregrinar desde Egipto hacia la Tierra prometida, el desierto fue la presencia dominante; pero, en el corazón del desierto, Israel se encontró con un monte, el Sinaí, que cambió el rumbo de su peregrinación. En el corazón del desierto, el pueblo se encuentra con Dios y realiza una alianza que le configurará para siempre.

La montaña de Dios en el corazón del desierto es un símbolo fundamental de la Cuaresma.

El monte, por su perspectiva vertical, por su forma de flecha que apunta hacia el cielo, es el lugar divino por excelencia en todas las religiones. En el vértice de la tierra, el pueblo construye sus templos, como «vértice del cielo» para que el hombre pueda encontrarse con su Dios.

Camino de Jerusalén, en el esfuerzo por subir hacia la ciudad de la entrega, Jesús toma consigo a tres discípulos y los sube a un monte alto. Allí, se produce la escena de la Transfiguración. El monte introduce una dimensión vertical en el largo camino horizontal que es toda peregrinación. El monte llena el desierto de presencia y hace posible renovar las fuerzas para seguir caminando.

A menudo, también nuestras vidas se parecen a un largo éxodo, como Israel por el Sinaí: caminos largos y poco fecundos, llenos de temores y de hambres sin saciar; es frecuente la tentación de la vuelta atrás, o la de quedarse tendido en el desierto para acabar el camino. Gracias a la experiencia del monte, comprendemos que no estamos solos en el desierto: alguien nos ha sacado de Egipto y nos conduce hasta la meta, alguien que quiere unirse con nosotros para siempre. Debajo de nuestro esfuerzo trabaja la gracia de Dios que nos sostiene; debajo de nuestra voluntad está la fidelidad de Dios; debajo de la aridez del terreno y las relaciones está el amor de Dios.

Para seguir hay que subir, para avanzar de forma horizontal por los caminos más humanos es necesario el movimiento vertical que nos aboca a Dios.

Pero el monte, como el desierto, se puede convertir en una experiencia ambigua. El desierto, con toda su aridez y sus peligros, puede ser el lugar del amor primero, el lugar de la voluntad afianzada, el lugar del silencio que hace posible la escucha de otra Palabra.

En sentido contrario, el monte del encuentro con Dios se puede convertir en lugar de tentación por parte de Satanás: «Si eres Hijo de Dios, adórame y te ofreceré el poder sobre todos los reinos de la tierra». Desde arriba, aunque sean las mismas alturas religiosas, se tiene siempre la tentación del poder, de no bajarse nunca de aquellos lugares que dominan horizontes interminables. Cuando se ha estado arriba es difícil bajar.

Por eso, Jesús siempre baja del monte, toda su vida ha sido un descenso desde el regazo de Dios. Se encarnó en la aldea de Nazaret, pasó por el pesebre de Belén, se situó en la fila de los pecadores junto al Jordán, comía con los publicanos y tocaba a los leprosos; al final de su vida, fue contado entre los malhechores y su pueblo le despreció como un falso Mesías y un profeta impotente. Elevado en la cruz, Jesús ha descendido a lo más hondo de la condición humana

De la misma manera que cambió el sentido del desierto en los comienzos de su misión, redimió también el sentido del monte al final de su vida, elevado en el Calvario para morir por nosotros.

De la mano de Jesús, como los tres discípulos elegidos, subimos al monte para escuchar la Palabra de Dios y para contemplar el misterio del Maestro. Como Simón Pedro, que confesó al Hijo de Dios y ahora tiene experiencia de esa filiación, también nosotros, que confesamos la fe con nuestros labios, queremos tener experiencia real de esa misma fe.

Una respuesta a “UNA MONTAÑA EN EL DESIERTO

  1. Yodalis Cedeño 7 de marzo de 2023 / 4:57 am

    Gracias, Padre Manuel

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