Hace unos días celebrábamos un Viacrucis cuaresmal por las calles; mientras caminábamos, entre estación y estación, hacíamos silencio y también cantábamos; una canción sonaba especialmente apropiada para aquel pueblo que caminaba en silencio por sus calles: «De noche iremos, de noche, que, para encontrar la fuente, solo la sed nos alumbra, solo la sed nos alumbra». El precioso texto es de san Juan de la Cruz, el gran místico castellano del siglo de Oro.
La paradoja de las imágenes sirve para aumentar la belleza del texto y para darle profundidad: la sed, que pertenece al ámbito de la comida, se aplica a la simbología de la luz. Esta paradoja solo tiene sentido en la dimensión espiritual del ser humano: la sed profunda se convierte en motivación y luz para encontrar el camino que nos lleve a la fuente que pueda saciarnos.
La sed, en este poema, aparece en toda su dimensión positiva: en medio de las noches de la vida, la sed hace posible que encontremos el camino de la fuente, sin perdernos por los oscuros vericuetos de las tinieblas.
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